Santa Ines Restaurant

Ambientado en una vieja panadería, Santa Inés solo se accede con reserva previa, por la puerta de empleados de la panadería.Podes almorzar en la cuadra, en los pasillos de distribución, en el fondo al aire libre o incluso en el local como parte de la vidriera del restaurante.Nosotros comimos en la cuadra, en una mesa grande donde se amasaba el pan.Probamos todos los platos y todo con gran nivel de ejecución, ingredientes y presentación.Los recomendados: el queso y Dulce de entrada o el curry si vas por lo picante. Y el goulash de principal.Para el postre pedí los dos que es difícil decir cual gana.De beber cuentan con una amplia carta de vino. Pero nosotros fuimos por la jarra de vino rosado.El único pero de la experiencia fue el servicio, poco atento a las restricciones alimenticias. Así que contas con restricciones tal vez debas elegir otro lugarPor último se trabaja con turnos. Tene en cuenta si vas al primero que puede que llegue la cuenta sin que la pidas.

Me encantó. Los platos van cambiando con frecuencia así que no vale la pena que los describa. Sí espero que conserven para siempre el queso y dulce porque volvería una y mil veces a comer ese plato: membrillo, queso azul, nueces caramelo y oliva. Atención: es una propuesta para gente que sabe a dónde está yendo. Si pasaste por la puerta y entraste no vas a entender los bártulos en las repisas de esta vieja panadería ni la carta acotadísima.

Un hermoso restaurante, manejado por una gran cocinera que te ofrece un menu distinto cada 2 semanas, comfort food, ricos vinos, ricos postres. El servicio es descontracturado y amable. Ideal para ir al mediodia en la semana o el finde. Relacion precio calidad imbatible.

Increíble lugar, los ambientes te transportan a otra época, los platos a otras latitudes y el personal es súper amable y atento.Los precios acordes a la calidad y variedad que ofrecen. Carta acotada pero para todos los gustos (opción veggie incluída), si mal no recuerdo hay platos que varían cada mes dependiendo de frutas y verduras de estación.Recomiendo fuerte la pera con Roquefort y praline de nuecesNo olviden ir con reserva, aceptan efectivo y transferencia a través de MercadoPago.

El local es una vieja panadería de barrio, hay mesas en la vereda, en el local y en la panadería (todavía están los hornos).Los meseros muy atentos, los dueños se encuentran recorriendo el local, la atención es muy buena.La carta es chica, la renuevan cada 2 o 3 semanas, éramos 5 comensales por lo que pudimos probar todos los platos (incluidos entradas y postre).Todo increíble, sabores muy originales, cada plato tenía ingredientes variados y era una sorpresa al probarlos.Increíble las peras con queso azul y nueces acaramelados!El barrio es tranquilo y se encuentra donde estacionar fácilmente.Es para ir 1 vez por mes!!!!

Comida increíble, el postre, en este en este caso un flan de maní y sésamo con salsa de frutillas que casi me hace llorar de lo rico que era. El lugar es una antigua panadería, y adentro es como estar en la casa de alguna amiga de tu abuela. Carta breve con alguna opción vegana, poca opción sin picante. Un poco de demora para tomar el pedido pero vale la pena ir y volver.

Hermosa experiencia, carta acotada pero justa para no dar vueltas. Todos platos gourmet a un muy buen precio. El mejor lugar para mi es en el fondo, donde esta el horno. Los precios de los vinos son excesivamente caros (de 5000 para arriba), conviene pedir jarra de jugos, que son riquísimas y baratas. Ir con reserva, si no tenes que esperar.

Muy verano para un 5 de marzo, pensé mientras guardaba la bici después de 75 k matutinos.Tengo ganas de comer bien, le dije a @alfre.rodriguez14 que inmediatamente sugirió aquel lugarcito en Paternal que nos dijo @willycicciari ¿te acordas?.12:25 clavadas llegamos, unos minutos antes de nuestra reserva. Pablo nos recibe igual, como si nos conociera de toda la vida. Nos da a elegir mesa mientras nos cuenta el lugar, una antigua panadería, casi un anticuario (si te gustan los objetos de tiempos inmemoriales este es tu lugar), una galería de arte, pero sobre todo un espacio donde se celebra la buena cocina.Elegimos la vereda, Jazmín que luego nos enteramos es la Chef, nos atiende con tanta energía, y tantas ganas que contagia. Así fue con todos todo el tiempo.A veces me pasa por el espacio me imaginarme la comida, (procuro no saber nada del lugar donde voy en lo posible), acá me imaginé bodegón, y por suerte no fue así.En él menú estaba el mundo tan bien integrado que llamaría a Jazmín para que arregle algún que otro problema político.Siete platos y dos postres de los que comimos seis y uno.Un viaje fresco al inicio con los vegetales acevichados, dakwa y panzanella. Cerquita de Perú, con algo español y por qué no asiático. Vegetales frescos, encurtidos, bien condimentados, toquecitos picantes y crocantes.La segunda vuelta nos sorprendió en oriente con los Langos, y el Chancho braseado que nos trajo de vuelta a Argentina pero con algo de misterio en ese condimento tan exacto que lo hacía muy complejo, con una ensalada de puerro que los acompañó de maravilla. Celebro el uso de la quinoa tanto por el punto de cocción como por la cantidad, sutil.Al cierre un par de cafés con leche fríos y una pavlova para aplaudir de pie. ¿Viste el merengue crocante afuera y tiernito adentro?, bueno, así.En este lugar no solo dan de comer bien, también te hacen

Diez puntos en todo. Una panadería devenida restaurant con comida cuidada, llevado adelante por un artista y su hija chef. La carta es pequeña pero perfecta, contemplando menú vegetariano. La cambian cada luna llena, lo que hace que siempre pruebes cosas nuevas. Comimos una entrada de queso y dulces, una sopa de cebollas con tostada enorme de queso brie, pastas y goulash. Mantienen vivo un espacio del barrio que hace a su historia e identidad. Vale la pena conocerlo.